Hasbia Mohamed
Torturada noche de desvelos,
hielo, frío, y el incierto camino del destino, lo tiene aturdido. Sentado bajo
lonas de plásticos tóxicos, dobla su cabeza sobre sus rodillas y abraza sus
piernas. Tiembla su cuerpo, no del frío, que también, sino de pena. Mira a su
alrededor, y se limpia la última lágrima que le queda. Seco el alma de tanta
barbarie, recuerda sus sonrisas de aquellos tiempos de vacaciones a Europa.
Les escucha cerca... Muy cerca,
tanto, como las bombas sobre el techo de su despacho, que aún después del
forzoso y duro viaje, retumba en sus oídos. Mira el cielo, el barrizal bañando
sus pies, el horizonte oscuro e
incierto, y su garganta se anuda con un mudo gemido. Siente que inhalando se ahoga,
respira profundo en el intento de llenar sus pulmones de aire limpio. No lo
siente. Respira despacio, inhala y exhala lentamente, una y otra vez. Sus
mandíbulas apretadas hacen crujir sus dientes en la desesperación de que su día
llega. Asustado, se cubre con la mojada y helada manta que le proporcionó uno
de sus compatriotas, y se tumba esperando su muerte. Los temblores no le deja,
pero el sueño le vence. Amanece, y una intensa luz sobre sus ojos lo despierta.
Vuelve a cerrar los ojos y respira profundo con una violeta sonrisa. Sintió que
el corto camino al cielo había llegado. Cuando de repente, escucha una rota voz
y un pataleo en su estómago, que de un sobresalto lo despierta con el cielo
caído a sus pies. Un soldado de estrecha espalda, de tez blanca, sonrosada
nariz del efecto del vino bebido, labios ocres del masticado tabaco, y un
ligero flequillo que asoma debajo de la gorra, le ordena que recoja sus cosas.
Said, con los ojos desorbitados, confundido, no sabe si sueña o recuerda su
desafortunada vida, si está en el cielo o con los pies cubiertos de barro, si
es la llamada de la afilada guadaña o el cierto camino esperado fuera de los
barrizales. Nada sabe. Se encoge de hombros, a la vez que, una mueca retorcida
de su boca le hace resignarse de su presente. Agacha la cabeza, y rodeado de
basuras y miserias con la amargura de la bilis en su boca, abraza su cuerpo. Camina
dos pasos, dobla su cabeza a ambos lados, nada tiene que coger, ni un peine, ni
una cuchilla de afeitar, ni un trozo de pan. Con los pies clavados, esperó la
orden de hacía qué punto cardinal debe dirigirse. Siente en el costado un golpe
que lo traslada al norte. Camina con la mirada al frente, pisando ropas,
cadáveres y todo lo que encontraba a su paso. Sigue caminado escoltado por
aquel soldado. De fondo, se escucha los gemidos de mujeres, hombres, y los
lloros de niños abrazados a los cuerpos inmóviles de sus padres, en muchos
casos, de la madre que murieron violadas. Otros, deambulan solos, perdidos,
descalzos, y con el consuelo del cobijo de otros niños. Les mira, sin poder
hacer nada por ellos más que enviarles el guiño de un ojo que les señala hacía
el cielo, transmitiéndoles la fe en Dios. Continua su paso con el flaquear de
sus piernas arrastrando un vestido azul que se enreda entre su bota derecha al
que hace caso omiso. No puede detenerse. A poca distancia, sonó de unas cuerdas
vocales el grito de: – ¡Espera hermano! toma, llévate esta botella de agua, el
camino es muy largo y nunca se sabe ¡Que Dios te acompañe!. Y cuando acercaba
sus manos a cogerla, escucha la firme voz del soldado ¬¡Alto!¬. Después, un
disparo, le hace caer desmayado boca arriba. El soldado le reanima. Despierta
mareado, pero siente a su lado el calor de aquel hombre, aquel compatriota que
le dio la manta, y después, el agua. De un tiro certero en la nuca, su cuerpo
había caído inerte esculpiendo el barro. Said se sobrepone como puede, y con
los puños apretados, contiene el dolor que aprieta su pecho y ahoga. Said fue
dirigido hacia el cuartel general donde le esperaba su esposa e hijos, con
dolor por su compatriota, feliz por su nueva vida sin olvidar a aquel que en la
incertidumbre le animo a seguir con fé.
Toda la incertidumbre y miedos
del compatriota había desaparecido de un tiro certero. Su rostro rejuvenecía
por segundos, había llegado la primavera. Despojado de sus órganos, al fin, se
reúne con su prometida asesinada tres días antes. Marian, disfruta de su nuevo corazón, Johan,
de sanos riñones, y Pierre de un hígado que le llena de energías. El soldado no
logró quitarle la vida.
Hasbia Mohamed es miembro de honor de la Unión Nacional de Escritores
de España. Es autora del grabado de María Eloísa García Lorca para el concurso
internacional de Poesía y Relato Corto de la UNEE.