Pedro Almansa
1.- Mi Santa (por Santaella de apellido) y yo planificamos esta nueva e interesante ruta llamada la “Ruta 66 portuguesa" que atraviesa casi en línea recta el país luso, de sur a norte (de Faro a Chaves), a través de la Nacional 2. Alejados de los omnipresentes peajes portugueses y saturadas zonas turísticas, pretendemos recorrer, libre y tranquilamente el interior por zonas menos populares, pero no menos interesantes. Con nuestro viaje queremos comprobar la veracidad en los foros de tantos y buenos comentarios al respecto. Sin embargo, llegados a Sevilla, ante la amenaza constante de lluvias torrenciales en la costa atlántica, incluso Andalucía occidental, optamos por invertir el orden y seguir por la Ruta de la Plata hasta Zamora, segunda visita en este año. Pernoctar en el área de autocaravanas, "entrepuentes" y dormir arrullados por las aguas del Duero, con las luces reconfortantes de la ciudad al otro lado del río, es todo un privilegio. Esta mañana, descansados y decididos, por la A4, nos plantamos en Braganza, la pequeña Ávila portuguesa que, nos ha encantado, y además, quitado el hambre con un exquisito bacalao preparado y servido con esmero en El jabalí.
2.- Sin prisas, pero sin pausas, que somos jubilatas, recorremos por la A4 los 98 km que separan Braganza de Chaves y nos plantamos delante del restaurante KilómetroCero desde donde se inicia la ruta 66 portuguesa. Nos recibe Paula, amable y profesional, responsable de la estupenda y acogedora área de autocaravanas de Chaves. Tras ubicarnos bajo la sombra de un soberbio alcornoque y dejar conectada a la red eléctrica la Koke (la llamamos en un principio así porque a mi Santa le pareció de lo más coqueta), ávidos de conocimientos nos dirigimos, como siempre hacemos, a la búsqueda de la Oficina de Turismo. Con el pasaporte de la Ruta ya sellado con la primera etapa, mapa de la ciudad y las indicaciones oportunas, nos lanzamos a recorrer el sólido e intemporal puente romano de Trajano y sus dos columnas con grabaciones latinas grabadas de arriba a abajo. De nada sirvieron mis dos años de latín. El reflejo de sus arcos sobre las aguas casi calmas del río Tamega nos regaló la magia por fusión del pasado con el presente de las aguas en tránsito. Nada como hacer turismo por una ciudad sin grandes expectativas, solo ver y contemplar aquello que logre captar nuestro interés. Es lo que ocurrió mediante la visita a la Magdalena y finalmente un agradable paseo por el Castillo de Chaves bajo un tímido solecito que pugnaba por asomar entre amenazadores nubarrones amenazando lluvia, de la que felizmente nos libramos. El recorrido nos abrió el apetito. Mi Santa quería probar el pastel de Chaves y como tenemos por norma degustar lo típico de cada lugar, allá que fuimos en su busca. Si Chaves vale la pena conocer, degustar su pastel es obligatorio. Hasta Santi, nuestra perrita, le encantó. No es dulce. Aviso.
3.-Los portugueses al volante, por lo que hemos podido comprobar, suelen ser temerarios, incluso agresivos e impacientes. Pero ganan mucho en el trato personal, y no hablo solo de personal de hostelería o comercio. En general, el portugués se esfuerza por ser amable con el visitante. Y eso gusta al turista, la verdad. Respecto al nivel de vida aparente en Portugal por esta zona, si tomamos de referencia los precios del combustible 1,70-1,76 €/litro, la gama media alta de vehículos que vemos circular y el tipo de vivienda unifamiliar, tipo chalet, que vamos encontrando, incluso en las poblaciones más pequeñas, se diría que el portugués del norte posee un buen poder adquisitivo. También hemos comprobado con agrado que parecen disfrutar de una excelente gastronomía y lo que es de agradecer, a precios moderados-bajos. En viajes largos, como éste, por norma solemos salir con la despensa llena, una de las ventajas de hacerlo en autocaravana, pero no desaprovechamos la oportunidad de disfrutar la comida del lugar, si se nos trata bien. El conejo con caracoles que pudimos saborear en Vila Real, era para perder el sentido, de rico que estaba, claro. Gracias a la caminata que vino a continuación por la ciudad, con su pronunciado desnivel (casi todo Portugal son cuestas y más cuestas) hasta llegar a la plaza en cuyo centro se levanta la típica estatua de militar empoderado, aunque despojado de armas y completar el itinerario de visitas previsto. Esto ayudó a digerir el conejo y algún caracol que otro. O eso creía. Por la noche hubo consecuencias estomacales para los dos. Pero, nada que no se pudiera resolver con la oportuna pastillita antiacidez. Santi, en cambio, dedicada exclusivamente a su pienso, se libró. Ni siquiera buscamos área para pernoctar. Habíamos estacionado en la misma avenida principal, previo ticket hasta las 18:00 horas. Después gratis. Es la ventaja de un vehículo que no pase de los 6 metros. Aun así, puede que la normativa municipal del lugar prohíba pernoctar en ciertas zonas. No fue nuestro caso. Vila real, ha sido una ciudad acogedora y con encanto conservador durante nuestra visita.
4.- Todo no puede ser perfecto. Piedras y más piedras. Olvidé en mi anterior relato mencionar el curioso y también molesto pavimento sistemático mediante pequeñas piedras desiguales (no adoquines) que cubren aceras y calles en cada pueblo de la Ruta. Lo que proporciona un curioso toque medieval. En Lisboa, las aceras empedradas está justificado, ya que aprovecharon las casas derruidas por el gran terremoto que asoló la ciudad en 1755. Aunque como ya he dicho, pisar o conducir sobre piedra resulta algo molesto, compensa el interés que pone el portugués en sacar el mayor partido al patrimonio público que posee. A lo largo de la ruta, cada pueblecito, por pequeño que resulte, aporta con gran dignidad, originalidad y buen gusto al turista un rincón interesante, mejorado y embellecido. Es el caso de Santa Comba Dao y Ponte da Sol. Hemos tenido algún día que otro de lluvia moderada que, lejos de amilanarnos, nos ha permitido continuar nuestra aventura, aunque como es lógico extremando precauciones al volante. En nuestra memoria está enquistada la experiencia vivida hace unos años en Suiza. Algo que nos hizo más valientes, pero también más precavidos.
5.- Dispuestos a no perdernos nada interesante en esta ruta, continuamos nuestro camino a través de diversos tipos de carreteras; sinuosas, cómodas, difíciles, de interminables subidas y empinadas bajadas. En su mayor parte, bordeadas por viejos árboles, tan frondosos que ocultan la luz y causan un curioso efecto túnel. Sus robustos troncos, tan próximos a la calzada son como un aviso permanente al conductor, al motero, para que conduzca atento y no se relaje. En medio de una pertinaz lluvia, despacio, pero constantes subimos hasta Góis. Un precioso pueblo que nos encantó. Cada rincón merecía una foto para el recuerdo. Comimos en la koke, junto al río Ceira y anduvimos por su nostálgico puente antes de proseguir nuestro camino. A pesar de las frecuentes lloviznas por esta zona montañosa, existe una consigna común en este país. ¡Todos contra el fuego! Un propósito necesitado, dada las grandes extensiones arbóreas que cubren montañas y valles, delimitan carreteras y rodean núcleos urbanos. Por ello la figura del bombero es respetada y querida. Incluso, casi mitificada. Esto viene al caso al descubrir en cada pueblo que encontramos a lo largo de la ruta un puesto de bomberos voluntarios, quienes también, además de las oficinas de turismo, están autorizados a sellarnos el pasaporte. Los 40.000 bomberos voluntarios, frente a los 2.000 bomberos de carrera, son tratados como héroes en sus respectivos pueblos, siendo homenajeados mediante imponentes figuras escénicas implantadas en rotondas principales. Tal vez sea porque el bombero voluntario sólo cobra 70€ el día que trabaja y arriesga su vida. Es decir, cuando hay fuego que apagar.
6.- Proseguimos nuestra ruta hacia el sur con la calma que requiere viajar en autocaravana. Con la "casa" a cuestas, para qué hacerlo con prisas. Nuestro objetivo, siempre, es cumplir a rajatabla el itinerario previsto y ver todo cuanto valga la pena. Salvo raras excepciones jamás repetimos rutas. ! Hay tanto por ver! Con esta premisa bordeamos las pintorescas playas fluviales del río Zézere y a media mañana, siempre una hora menos que en España, subimos al Centro Geodésico de Portugal (Vila de rei). La cima de una montaña con unas vistas impresionantes de 360? en donde se levanta un túmulo, para que no quepa duda de que ahí se encuentra exactamente el centro del país. Un nuevo sello de la Ruta 66 (N2) vino a enriquecer nuestro pasaporte. Estábamos tan entusiasmados que el tiempo pasó tan rápido que tuvimos que darnos prisa antes de que anocheciera. Hacemos lo posible por evitar conducir por la noche. Al atardecer abordamos Sertã (Sartén) bonita ciudad de origen romano e historia templaria, cuyo nombre se debe al uso que cierta dama lusa hizo de ese utensilio desde las almenas, arrojando aceite hirviendo a los romanos que sitiaban el castillo. Consiguiendo que desistieran. Por lo que sabemos de los romanos y recordamos Masada, no eran precisamente de los que se rendían fácilmente. Quién sabe. Cansados por tanto ajetreo del día aprovechamos el área de autocaravanas de Sertâ para pernoctar y reponer agua. Para mayor tranquilidad, justo a unos metros teníamos el cuartel de la Guardia Nacional Republicana. Como vecinos a tres holandeses, un alemán y otro francés. Cada uno en su casita, así que de socializar, nada de nada. A lo sumo un saludo amable con la mano y cada uno a lo suyo. A la mañana siguiente, temprano, nos dedicamos a patear Sertã, su castillo templario y la catedral. Y disfrutar de un rinconcito junto al río, entre árboles, en donde pudimos comprobar una vez más la excelente gastronomía de este amigable y fantástico país. ¡Ah!, también de la Superbox 00, una cerveza original que nos está encantando.
7.- Rodeados de vastos campos de arrozales, pero a prudente distancia de río Sorraia, en Coruche hemos tenido una noche de lluvia imponente, prolongándose hasta avanzada la mañana. Ya estamos acostumbrados a sentir sobre nuestras cabezas todo tipo de tormentas, por lo que, sintiéndonos seguros, durante la noche no nos produce mayor inquietud el repiqueteo del agua. Al contrario, el sonido nos encanta, relaja y ayuda a dormir. Solo nos preocupa por Santi, nuestra perrita. El estruendo de los truenos la estresa y aterra. También aprovechamos para jugar una partida de intelect, habitualmente reñida y que, por lo general, acabo perdiendo ante mi Santa. Siempre implacable. Contactar con familia o amigos, redactar algún mensaje o revisar la ruta. Recibir alguna noticia de las buenas, de las que dan esperanzas e ilusión por la vida, como es el caso de mi buen amigo Alberto Viciana y su esposa que han sido abuelos por partida doble. Cuando por fin amaina, con sendos paraguas nos echamos a visitar lo más representativo de Coruche. Nuestro siguiente destino, Alcácer do Sal, una de las ciudades más antiguas de Europa, fundada hace más de 3.000 años por los fenicios, su vasto patrimonio a lo largo del río Sado satisface nuestra curiosidad y al mismo tiempo nos abre el apetito. Portugal no es país para "desganados" para subir cuestas o para disfrutar de su exquisita cocina.
8.- En medio de grandes llanuras, rodeada de olivares, se encuentra Ferreira de Alentejo, donde pasamos la noche. Durante la cena conocimos a un simpático grupo de inmigrantes españoles de Jaén, trabajadores del campo olivarero. Desde esta bonita villa rural llegamos rápidamente a Aljustrel, pueblo minero donde los romanos explotaron sus minas de oro, plata y cobre, con la idea de visitar las galerías abiertas al público. Actualmente, se continúa extrayendo pirita y cobre. En Turismo, situado en las oficinas de la propia empresa explotadora nos informan que la visita con guía debe programarse previamente, condicionada además a un número mínimo de personas. Nos sugieren visitar el museo. El tiempo, inestable, presenta por el oeste oscuros nubarrones amenazando tormenta. Dada la temprana hora, nos sentimos impacientes y curiosos, deseosos de caminar. Con el pasaporte sellado damos una vuelta por el casco histórico. Es un pueblo minero y lo manifiesta de forma inequívoca. Pequeñas locomotoras expuestas a la intemperie, reliquias de tiempos pasados. Casas de planta baja construidas en serie, todas iguales, como nuestros pueblos de colonización. Hacemos unas fotos para el recuerdo y enviamos un par de ellas a nuestro joven y querido amigo Enri García, geólogo, quien nos informa de la proximidad de otro entramado minero de wolframio; Panasqueira, cuya visita puede resultar mucho más impresionante, si cabe. Nos planteamos, no obstante, seguir hasta Loulé. Antes de abandonar el municipio repostamos combustible a 1,40 €/l. El precio más barato hasta ese momento. Demasiado confiados en el GPS, éste nos hace una mala jugada y nos saca de la N2 para meternos por una carretera de montaña entre gigantescos molinos de viento. No llueve y renunciamos a dar la vuelta. Nos gusta la aventura. Nuestra Koke, como siempre fiable e infatigable, ha cumplido como una jabata. En ningún momento perdimos cobertura en el móvil y pudimos enterarnos por la APP de Canal Sur de la situación atmosférica en Andalucía y Murcia. Según nos aproximamos a Loulé observamos un notable cambio en el entorno; más llano y menos arbóreo. Más sureño. Más turístico. Es el Algarve y sus característicos puentes que nos hacen recordar la famosa peli Los puentes de Madison.
Loulé cuenta con un camping en las afueras de la ciudad, pero llevamos a tope el depósito de agua y las baterías, por lo que decidimos aprovechar el área de pernocta del Lidl, muy cerca del centro de la ciudad. Cenar y una copa en el local más antiguo de Loulé decorado al mejor estilo "belle epoque", el Calcihna, con fados en directo, es una auténtica gozada. A pesar de la melancolía que lleva implícita sus notas.
9.- A pesar de conocer Faro de anteriores visitas la ciudad nos resulta tan interesante que, una vez tramitado nuestro pasaporte con el último sello de la N2, o Ruta 66 portuguesa, en lugar de evocar el pasado y regresar de inmediato a casa, por el contrario, decidimos quedarnos un par de días y disfrutar nuevamente de su atrayente e intemporal casco antiguo y los muchos rincones turísticos que alberga entre sus muros. Nos hacía ilusión volver al restaurante Cantinho y ocupar una de sus pequeñas mesas exteriores, junto a la muralla. Un rincón que deja huella en el recuerdo. Para ello solo había que pasar por una de las tres puertas del siglo XIII que dan acceso al interior de las murallas. Viajar, como es habitual para la mayoría, predispone a pasarlo bien mediante una actitud positiva y disfrutona. Al menos, los dos lo intentamos. Sin embargo, las noticias referentes a las condiciones atmosféricas en la península (aún no se podía prever lo que estaba por llegar) nos producía cierta inquietud. Inquietud que acabó por convertirse en preocupación y nos impidió disfrutar como es debido del almuerzo en el Cantinho. Cambiamos de planes y nos lanzamos a la carretera bajo una lluvia moderada y sin un punto determinado donde pernoctar. No nos gusta ir al volante más de tres horas seguidas, bajo lluvias torrenciales o conducir de noche. A la altura de Ayamonte la tormenta arreció de improviso y decidimos abandonar la autovía, mucho antes de lo previsto. Acompañados de media docena de autocaravanas, a prudente distancia del puerto y relativamente cerca del centro de Ayamonte, pasamos la noche. Al poco de llegar, la lluvia nos dio un respiro de poco más de una hora, lo que nos permitió dar una vuelta rápida por el centro de la ciudad. Siempre llevados por esta insaciable curiosidad. Las noticias de la Dana seguían siendo preocupantes. A la mañana siguiente, sin agua en el parabrisas, volvimos a la carretera con la premisa de "sin prisa, pero sin pausa". Cuando llegamos a casa, al día siguiente comenzó el drama en Valencia. Una desgracia que como es de suponer ha oscurecido nuestros ánimos.
A ti, que has leído de un tirón nuestras crónicas y por ello, acompañado durante este, nuestro viaje... ¡Gracias!
Pedro Almansa y Mari Carmen Santaella.
Pedro Almansa es vocal honorario de la Unión Nacional de Escritores de España.