Volviendo sola

 

Isa Talia Rodríguez

Estoy volviendo de madrugada por una calle oscura del centro de la ciudad. Huele a orines de perro mezclado con vómito de humano, me dan arcadas a cada paso y estoy deseando llegar a casa. Sé que no es el mejor sitio para que camine sola una persona como yo, pero es el único paso libre y no tengo dinero para pagar las casetas peatonales. Ojalá tuviera un trabajo digno para poder pasear por esos caminos ajardinados, ojalá que no tuviera que desplazarme caminando por el agua de drenaje que vierten las tuberías de sus parques. Ojalá no tuviera que volver a casa a las tres de la mañana después de satisfacer las necesidades de un pez gordo…

Veo a una persona muy borracha tirada en una esquina, siento asco y pena, pero no sé si la sensación me viene por su situación en sí o por la envidia que me da; a veces yo también querría evadirme de la realidad. El corazón me da un vuelco cuando se pone en pie y me sigue con la mirada. Sigo mi camino acelerando el paso y echando un vistazo de vez en cuando para ver si se me acerca. Me recuerda a las arañas que mueven esas largas patas tranquilamente mientras yo pienso que tarde o temprano echarán a correr y me saltarán al cuello.

Ellas solo se mueven por el espacio que reconocen como suyo, justo lo mismo que hace esta persona que seguramente ni siquiera podría mantenerse en pie si quisiera caminar. Aun así, improviso un arma poniendo las llaves entre mis dedos y empuñándolas con fuerza. Acelero mi paso y puedo escuchar cómo mi corazón acelera su latido conforme mis piernas aumentan la velocidad.

Llego a casa y entro corriendo, cierro la puerta con fuerza y me recargo en la madera podrida respirando aliviada. Me siento a salvo. Echo la cabeza hacia atrás para respirar mejor y más profundamente. Miro de reojo hacia una esquina y veo que una araña negra y peluda se acerca despacio hacia mí. Vuelvo a salir corriendo y al llegar a casa me derrumbo en un colchón destartalado. Ojalá pudiera pagar una cama sin agujeros. Ojalá no tuviera que pasarme la vida huyendo de mis miedos. Ojalá mi miedo más profundo no fuera tener que enfrentar mi realidad, porque de esa no hay quien huya por muy rápido que corra.

Hoy me han dado dos monedas en el trabajo porque mi jefe tuvo una visita a la que tuve que atender. Pongo una en el bote de la compra y otra en el bote de los ahorros. Cuento el dinero que he acumulado en la segunda y sonrío. ¡Mañana podré ir a trabajar por el camino de tierra!

Isa Talia Rodríguez es miembro de la Unión Nacional de Escritores de España.