Manuel Fuentes González
Querida Paula:
Lo haremos fácil. Trazamos el futuro como si fuera un cuento y nosotros los personajes que le darán vida hasta el final del ensueño. Sí, entrañable chiquilla; esa es la formulación que utilizamos muchas veces para inventar fábulas, narrar historias o rehacer leyendas. Aunque me repita, para ti nunca son rollos una y otra vez contados por el abuelo; al contrario, siempre es motivo de goce y emoción revivirlos.
De pronto me estremezco. ¿Qué ha pasado? La realidad tangible que disfrutamos juntos ―cuando aún eras niña―, ha colisionado de forma brusca con mi mañana, o con este espacio flotante y vano que no logro identificar. Desconozco en qué lapso temporal estoy. Tal vez es una nueva dimensión sin explorar, un presente extraño que cuesta aceptar. La maldita niebla que me envuelve es caprichosa; borra palabras, detalles y formas, pero no consigue anular los sentimientos. Sí estoy seguro de algo: te leí en la sección de «cartas al director». Era tu firma, tu estilo, de eso no albergo duda. No sé si el periódico huele a tinta, tiene formato digital o se proyecta desde el corazón en hologramas de futuro, o del pasado. Apunto los párrafos que flotan como leídos en mi frágil memoria:
«Atesoro recuerdos con mucho amor, que me hacen sentir afortunada por haber crecido cerca de ti y de la abuela. Cuando alguien a quien has querido muere, sientes que le debías de haberle dedicado más tiempo, Abunel. Necesito echar mano de los recuerdos que tanto nos unieron».
¡Qué dices! Tu carta me ha conmocionado, o como se diga en este estado de flotación etérea en el que me encuentro ¿Hablas desde el mañana o a tiempo ya vencido? Me siento en otra dimensión, como un espíritu que aún no se disolvió en el indefinido. ¿Es solo un sueño o he dejado atrás el cuerpo físico, la estructura carnal? Ahora no me duele nada ni rondan los miedos. Sin embargo, percibo que sigo existiendo y tengo interés por tu forma de escribir y los sentimientos que trasmites. No importa si ya han pasado muchos años y estás en edad de ser madre, o si navego en un sueño del que no quiero despertar. Esta carta lleva tu sello, huele a ti. Solo quiero recordarla, cualquiera que sea el lugar en el que me encuentro.
»Aun pienso en ti cuando pasa algo bueno y sé lo feliz que te haría celebrarlo. Has creído en la grandeza de las cosas pequeñas, en la alegría de lo cotidiano. También recurro a tus consejos; basta con imaginar qué me dirías cuando estoy bloqueada ante un problema que tú sabrías resolver. Sí, tengo a mis padres y a otras personas con las que puedo contar; me lo has dicho muchas veces. Yo replicaba: “También los abuelos entendéis a los nietos de una forma muy distinta a los padres”.
»Tengo que decirte que la abuela sigue acariciándonos, rascando suavemente la espaldita de mi hermano y la mía con sus quebrados dedos. Ella también se imagina lo que tú dirías; parece que te tiene más a su lado que cuando estabas en casa. Pensaba que era más frágil y ella partiría antes.
»Hoy es tu cumpleaños y hemos brindado para celebrarlo, como tú querías. Así lo haré siempre, para recordarte. El abuelo querido y disfrutado en la niñez es un ser inmortal. Te mando un abrazo eterno».
Percibo tu esencia, tu madura personalidad, el inquebrantable cariño de virtuosa nieta. Intenté explicarte, cuando ya podías entender, que la existencia natural termina y es lógico que los mayores nos marchemos antes. No recuerdo la edad que tienes ahora, pero tampoco necesito sanar la memoria, o volver a habitar la tierra, si es que ya me he ido. Haces que la despedida sea parcial, que sienta que aún perduro en vosotros. Como decía Montesquieu, de quien quizá no hayas oído hablar en el menguado bachiller de tus tiempos, «parece que nuestra vida aumenta cuando podemos ponerla en la memoria de los demás». Por favor, si estoy en medio de la noche, que no suene el despertador, que nada modifica esta plenitud. Esto es, o al menos lo parece, mi feliz eternidad.
Abunel4
Manuel Fuentes González es vocal honorario de la Unión Nacional de Escritores de España.